10 de septiembre de 2011

La noche.

Todo es más claro en la noche. Donde las sombras no son rojizas. Donde no oscurecen. Tapan. Ese mundo en el que los gatos rebuscan entre las plantas. Uno sube los contenedores, de un verde podrido, de un verde artificial, pero parte de la vegetación que los rodea. Donde otro mira atento tus pasos mientras andas en zigzag. Donde la gente mira más, y con más interés. Donde las manos andan entrelazadas, y las que no, se ocultan como un estigma. Ese lugar en que los reflejos parecen irreales. Las luces ciegan más que el sol, y todo se revela más evidente, más palpable. Ese en que el maquillaje no existe. En el que los depredadores y las víctimas se diferencian con evidencia. Ese mundo en el que los aromas se mezclan en una amalgama dulzona, densa. Ese en el que las piernas se ven más estilizadas, y andan más. Donde la carta de presentación es menos filosófica, pero mucho más profunda. Más sincera... más carente de máscaras. Las siluetas muestran todo lo que los ojos desean ver, y ocultan lo que amarga.
Ese mundo en el que solo importa lo real, lo básico, lo auténtico del individuo.


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