13 de febrero de 2011

Capítulo 2


El bar estaba iluminado por un pequeño farolillo, que increpaba a las sombras malhumoradas del local. Carlota se entretenía con el humo de su café, siseando hacia el techo, perdiéndose como ella. Le molestaban las voces de la gente en la calle, quejándose por el apagón. Y le sorprendía cómo los clientes del bar se mantenían en un silencio lúgubre. Es posible que toda esta oscuridad los haya sumido en una reflexión que no deseaban. Ni sorbos, ni sonidos sordos... Sólo la atmósfera variaba, volviéndose más pesada por el humo que, poco a poco, se tragaba la luz del farolillo.
Carlota dio un sorbo al café y lo mantuvo ante su cara, recreándose con el aroma. No alcanzaba a leer qué escribía en su libreta antes del corte de luz. Ni siquiera lo recordaba. Pero, ¿a quién le importaba? Se había convertido en cliente habitual de un bar, sólo para recrear el ambiente de los antiguos cafés de artistas, en los que poetas, escritores, se reunían y charlaban. Ahora, en medio de una noche tan oscura, ni siquiera podía escribir. Y, ¿qué escribiría? Un bar oscuro, clientes en silencio, murmullos molestos en la calle, sumida ella en el negro ambiente que hoy campa bajo una luna nueva. Se escuchaba el mar. Cerca estaba el muelle, y se escuchaban las olas. "Al menos el mar no es negro", pensó mientras tanteaba sobre la mesa para recoger sus pertenencias. Dejó dinero de sobra en el plato, bajo un vaso vacío.

* * *

No era negro, pero no era nada relevante ahora. Ni siquiera alcanzaba a ver las olas, las barcas. A su espalda pasaba gente hablando, como si de cualquier noche se tratara. Algunos tropezaban y la increpan, pero ella sólo ve humo con ansias de ascender, de volar.
Cada vez se oían menos las olas y más las personas. Mientras anda por el muelle el sonido de sus pasos es fuerte, martillea en sus oídos. Aun tiene la libreta en su mano, pero no podía escribir nada. Apenas ve sus pies. No hay mundo a su alrededor, sólo el frío en su nariz y el tacto desgastado del bolsillo de su chaqueta. Más allá de eso, nada. La calle es interminable, y la noche también. El muelle tenía fin, pero no el mar. Poco a poco se encendían las luces de las farolas. Ahora veía sus pies, la chaqueta desgastada, la losa en la acera. El mar seguía negro, pero ella sabía que no estaba más que engañándola. ¿Cuánto había caminado?

* * *

Una plaza junto a la orilla, como un mirador. Bancos de madera, suelo sucio, olor a sal y a orín. Una plaza real, y saber esto la reconfortaba. Se acercó al mar y se apoyó en una barandilla que parecía sudar. Era rojiza. Había luz para ver eso. Aun sostenía la libreta, pero el frío entumecía sus dedos.

- A la mierda, yo no tengo nada que escribir.

Mientras dejó caer la libreta al agua. Era negra. Encajaría bien en ese mar traicionero que se le mostraba de un color falso.
Con los ojos cerrados, mientras su nariz se recreaba con los aromas, dio pasos torpes hasta un banco cercano que también sudaba. Ahora podía calentar ambas manos en los bolsillos de la chaqueta... tenía una carga menos.

* * *

La cabeza tocando el banco, su cuerpo recostado. Seguía oliendo la sal del mar. Poco a poco captó un olor a hoja mojada, a la corteza de los árboles, al hierro sudoroso. No necesitaba verlo, ni quería. Sólo oler las mentiras que la rodeaban.

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