4 de octubre de 2012

La nave de los simolestes


17 de sablit 2085
A bordo estamos todos eufóricos. La inmersión ha sido perfecta, la nave ha aguantado la presión y mis animales han aceptado con naturalidad la ruta. Para celebrarlo he descorchado unas botellas de vino y las he compartido con la tripulación. Al ver sus sonrisas he pensado de inmediato en Erik. Lástima que él haya tenido que perderse la misión, con todo lo que se ha implicado en el proyecto, no solo en la programación del sistema de comunicación con los simolestes, sino en charlas aburridas con políticos e inversores. Quizás por eso lleva varias semanas tan raro, apenas sin ganas de tocarme, pero habrá otros viajes experimentales tras este y a esos podremos ir juntos. Estoy segura de que cuando vea el éxito de la misión su apetito por mí regresará.
El doctor Futt me recuerda a Erik. También él lleva unos días taciturno, y la situación solo ha ido a peor. Estuve buscándolo por toda la nave para que se uniera a la celebración y lo encontré en la sala de control mirando los paneles con el ceño fruncido. Cuando le pregunté qué le pasaba no me contestó más que con monosílabos. Supongo que está viejo para estos trotes. No importa, en unas horas regresaremos a la superficie y podré contactar con Erik. Una vez arriba navegaremos arrastrados por los simolestes, pero al aire libre, como un barco corriente y antes del anochecer estaré en casa con Erik. Entonces me aferraré a él y la alegría será completa.

21 de sablit 2085
Llevamos cuatro días bajo el mar.
Mis ayudantes empiezan a alarmarse. He intentado convencerles de que todo va bien, que alargar la misión será bueno para el proyecto, pero no todos se lo han creído. El más afectado es el doctor Futt al que he tenido que sedar y esconder en uno de los camarotes hasta que se calme.
El pobre, en sus ratos de consciencia, no para de murmurar que nos hemos precipitado, que los simolestes aún no estaban listos para este viaje y que los pequeños fallos de comunicación que tenemos con ellos no harán sino aumentar.
Por supuesto, creo que el doctor Futt exagera. Confío en mis simolestes, yo misma los he entrenado, casi desde que salieron del cascarón. ¿Y qué decir del sistema de comunicación? No podría estar más segura de su buen funcionamiento. Erik jamás ha cometido un error.
Mañana, como muy tarde, saldremos a la superficie y el doctor Futt verá que no había motivos para su angustia. Mientras será mejor que descanse.

22 de sablit 2085
He tenido un ataque de nervios mientras escuchaba las razones del doctor Futt. Por suerte fui sola y nadie pudo verme temblar como una chiquilla. Antes de salir tomé aire largo rato con los ojos cerrados y luego me aseguré, mirándome al espejo, de que mi rostro mostrara la misma fría resolución de siempre, pero temo que pronto la tripulación vea el temor que late en mí. El sistema de comunicación está fallando. Ya no puedo negarlo. ¿Cómo pudo Erik cometer semejante descuido? La cabeza me arde y sé que esta noche tampoco dormiré. La nave ya no desciende con tanta velocidad, pero mientras no podamos comunicarnos con los simolestes estaremos a su merced, a la suya y a la de las corrientes.

24 de sablit 2085
No hay forma de negarlo. La nave se hunde cada vez más y los simolestes no responden a nuestras órdenes. He tenido que reunir a mis compañeros y darles una pizca de la verdad. Les he dicho que algo falla y que necesitamos encontrar una solución antes de que la presión sea demasiada para la estructura de la nave.
El doctor Futt parecía querer decirme algo, pero al final ha callado y se ha bebido dos botellas de vino. Hoy no he tenido que sedarle.



25 de sablit 2085
El doctor Futt insiste en ser él quien salga a nado hasta los simolestes y vea si les sucede algo. Al principio me he negado, pero no he tenido otra opción. O iba él o iba yo. Somos los únicos a los que los animales reconocen como autoridad. Y sí, aquí por escrito y en la soledad del camarote, puedo reconocerlo. Me tiemblan las manos al pensar en salir ahí fuera, no solo por la presión. Apenas sabemos qué criaturas hay en estas aguas. Incluso desconfío de mis simolestes. Nunca han sido agresivos, pero tampoco había fallado antes la comunicación. ¿Cómo pudo Erik cometer un error tan grave? Es absurdo. Cuanto más lo pienso menos sentido le veo.

29 de sablit 2085
El doctor Futt no ha regresado. Le he esperado con impaciencia, casi contando los minutos, pero nada. No ha habido ninguna señal. Algunos de mis ayudantes dicen haber visto unas sombras enormes rodeando la nave, dicen que quizás sean depredadores y que hayan acabado no solo con el doctor Futt sino quizás también con los simolestes y que por eso la nave no hace sino descender. Hace unos días me habría reído y lo habría tachado de loco, pero ahora todos estamos locos. La nave de los simolestes se parece más a un psiquiátrico que a un prototipo científico. Ayer uno de los técnicos tuvo un ataque y empezó a gritar por la nave que nos hundimos en el infierno. Cogió un martillo y empezó a golpear contra uno de los cristales de seguridad. Al intentar pararle, le abrió el cráneo a otro de los compañeros que murió al instante. Entre gritos de espanto al final hemos logrado desarmarle y sedarle, pero esta mañana me lo he encontrado muerto en el pasillo. Tenía la cabeza destrozada a martillazos y el arma aún estaba en su mano ensangrentada.
Por si todo esto fuera poco, los golpes que dio sobre el cristal, unidos a la presión, han abierto una grieta por la que entra el agua. La hemos sellado, pero sé que no durará. Y, la verdad, ya no me importa. He encontrado una nota entre las ropas del doctor Futt. Estaba dirigida a mí, en una letra retorcida y brusca. Me dice que Erik ha saboteado nuestra misión, que a los inversores no les interesa que nuestro proyecto salga adelante. Me gustaría creer que son suposiciones, rumores malintencionados, pero es como si de repente todo cobrase sentido. Me he reído al terminar de leerlo, he reído mientras unas lágrimas me humedecían la cara y pensaba en la cabeza destrozada de mis colegas.
Desde el interior del camarote oigo los gritos de mis compañeros, sus golpes en mi puerta, como tratan de forzarla. Quieren que les oriente, que les diga qué podemos hacer, pero es inútil. Sus gritos suenan cada vez más lejanos en mis oídos, pese a que están justo al otro lado de la puerta. Quizás se haya abierto un nuevo hueco en la nave, quizás se estén ahogando. No importa. Es solo cuestión de tiempo y, mientras, la nave sigue hundiéndose.


Texto de Gloria T Dauden

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